Memorias de un normalista, de Ángel Guardia Espinoza[1]
Vanessa Tessada Sepúlveda*
Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, Chile.
https://orcid.org/0000-0003-2884-5710
Ángel Guardia Espinoza, maestro normalista rural, egresó en 1942 de la Escuela Normal de Chillán. En Memorias de un normalista (1988), libro ilustrado por Juan Enrique Plaza, retrata sus años de formación docente, abriéndonos una entrada a la vida cotidiana de la Normal de Chillán y a las repercusiones del terremoto que asoló la ciudad en 1939. Las Memorias ocupan el terremoto como símbolo de la posibilidad de caída y ascenso del normalismo, en un contexto de discusión sobre la reapertura de las escuelas normales en el país (Zurita, s/f).
Ángel Guardia nació en Iquique en 1924. En 1937 ingresó a la Escuela Normal de Chillán. Una vez titulado, fue maestro rural en la Escuela 48 de Coltauco, Rancagua. Luego, trabajó en la Escuela Superior 1 Caupolicán y, en 1945, se integró a la Escuela Experimental El Salto. Hizo el curso de Experimentación Pedagógica en la Escuela Normal Superior José Abelardo Núñez (1951-1952), donde destacaba su cercanía con diversas expresiones artísticas. En El Salto, trabajó con la comunidad en el mejoramiento de chacras, huertos y arborización, y se hizo cargo de la biblioteca, donde realizaba actividades culturales.
Gracias a esta experiencia obtuvo una beca del Centro Regional de Educación Fundamental para América Latina (CREFAL, ubicado en Pátzcuaro, México) en 1954, con la que se especializó en Educación para la Recreación. A su retorno de México, se desempeñó como secretario y asesor del Consejo Central de Alfabetización y de Cultura Popular, y dirigió el Boletín Mensual de Alfabetización. Además, escribió los libros Divagaciones sobre el cuento infantil, Songs for the English Club y Rondas chilenas. En 1956 participó de la misión pedagógica chilena en Bolivia (La Nación, 1956). Al volver, retomó su trabajo en la Escuela Consolidada El Salto, donde se desempeñó como director hasta su jubilación en 1978.
El terremoto de Chillán como reafirmación de la mística normalista
Memorias de un normalista es un homenaje a la Escuela de Chillán. Se presentan como retazos de recuerdos, sin orden cronológico, estructurados en torno a momentos significativos de la experiencia escolar y extraescolar: el arribo por primera vez a la escuela, el terremoto y sus terribles consecuencias materiales y humanas, la vida cotidiana del internado y sus docentes. El autor hace el resguardo: “Estas son memorias y el encanto de ellas es que surgen sin orden alguno, como surgen los recuerdos en una conversación de amigos” (Guardia, 1988, p. 15).
Por lo mismo, las Memorias se convierten en una entrada a la “dimensión doméstica del espacio escolar”, que pone foco en lo rutinario de la escuela y sus implicancias socializadoras (Guirado, 2010). Es decir, permite salirse de la experiencia pedagógica-curricular para centrarse en procesos de socialización constituidos por rutinas diarias que marcan el transcurso del tiempo en el internado: las comidas, los horarios de limpieza, los tiempos de ocio; especialmente, en un espacio donde las familias no forman parte de las comunidades escolares. Esta socialización doméstica también reproducía patrones de género que, narrados como anecdotario, dan cuenta de una construcción particular de la masculinidad: el uso de sobrenombres para profesores y estudiantes (Castrito, el subdirector; Piyuyo Manríquez, profesor; Pelao Concha, ecónomo; Elefante Vega, estudiante; el Loco Cabrera, profesor); la vivencia en solitario de la añoranza del hogar; los ritos de iniciación, las bromas y juegos (sábanas cortas, latigazos con toallas húmedas, etc.); la lectura de libros que les permitieron explorar su sexualidad (como Educación sexual, del juez de menores Samuel Gajardo, Kyra Kyralina, de Panait Istrati y, subrepticiamente, Memorias de pulgas y de princesas), y la importancia atribuida a las labores hogareñas, como remendar calcetines y ropa.
El terremoto de 1939 modificó el panorama. La destrucción de la Escuela Normal, el fallecimiento de funcionarios y sus familias, y de conocidos de Chillán, transformó la experiencia escolar y doméstica de estas generaciones. Los cambios a los que alude Guardia hablan del fin de la obligatoriedad de cierta vestimenta y de mayor libertad:
El terremoto del año 39 terminó con el reinado de la famosa lista de ropa y de útiles; de ahí en adelante, cada uno se vistió como quiso. Fue un movido grito de liberación que hasta cierto punto marcó el comienzo de generaciones normalistas más desprejuiciadas y quizá con un más amplio sentido de la realidad. (Guardia, 1988, p. 26)
La ayuda prestada por los estudiantes en la reconstrucción de la Escuela Normal (reubicada en el Fundo Santa Rosa) y el ingenio de los docentes para volver a poner en pie el proyecto educativo fue significativo:
¡Qué formidable contenido tenían las relaciones humanas entre Profesores y alumnos, quizás fruto de aquellos días de tragedia, el año 1939! Los nombres de todos los profesores que allí trabajaron, de los que tuvieron que empezar de nuevo con cada uno de sus talleres, creando, haciendo cosas, impulsando a trabajar a los alumnos para sacar algo de nada. (Guardia, 1988, p. 72)
Este escenario adverso hizo crecer la “mística” normalista, concepto que se ha utilizado latamente para diferenciar el compromiso del maestro normal de las generaciones de educadores universitarios:
Cada nuevo alumno que llegaba desde los lejanos confines de la patria, muy pronto se impregnaba de su mística, de su tradición, de ese deseo de hacer algo digno de ser grabado en sus anales. El ser normalista era un sentimiento de superioridad, una distinción, un ser distinto de los alumnos de los demás establecimientos. No porque significara menosprecio a ellos (…) Pero, el ser normalista y esto lo entienden bien quienes pasaron por sus aulas, era algo distinto, ese algo que aún hoy, cuando se encuentran en algún lugar de este Chile, les hace mostrar que esos sentimientos permanecen dormidos solamente. (Guardia, 1988, p. 37)
El cierre de las normales y el corto sueño de su reapertura
Mediante el Decreto Ley 353 del 15 de marzo de 1974, la dictadura estableció el cese de todas las escuelas normales del país. Sin embargo, cerca de una década después, reaparecieron palabras elogiosas respecto de la formación normalista, lo que llevó a que en 1985, sorpresivamente, se reabriera la de Ancud bajo el nombre de Liceo B 43 Escuela Normal Experimental de Ancud, cuyo objetivo sería formar docentes básicos rurales para que ejercieran en zonas de frontera (Zurita, s/f). Si bien, la reinaugurada escuela cerró en 1989, hubo una ventana de tiempo de revalorización de la formación normalista. Es en ese espacio temporal cuando se publican las Memorias de un normalista, y Ángel Guardia lo aprovecha. En repetidas ocasiones, el texto alude a la necesidad del retorno de la formación normal. La “mística normalista” los diferenciaba de los nuevos educadores básicos. Como anécdota, Guardia relata:
Cuando era Director de la Escuela Consolidada de Experimentación El Salto, tuve la oportunidad de recibir a varios profesores nuevos recién egresados de la Universidad con el título de Profesor de Estado en Educación General Básica. En esa primera conversación que tuve con un nuevo profesor, éste me preguntó:
¿Y Usted de qué asignatura es profesor?
De ninguna. Soy Normalista.
El joven como que se sorprendió ¿Así que Ud. no es profesor de Estado?
A buen entendedor, pocas palabras. Lamentablemente, cualquiera de los normalistas, incluyendo los que como yo tenían un nombramiento de Profesor de Educación Primaria Rural, eran más profesores que nuestro flamante amigo. Él había pasado por la Universidad, nosotros por la Escuela Normal. (Guardia, 1988, p. 95)
Para Guardia lo que diferencia a los profesores de Estado de los normalistas no radica en el academicismo ni en el manejo de conocimientos generales, sino más bien en que el maestro normal:
Será un maestro con más alma, lleno de humanidad y de vocación, un maestro que olvide su reloj y entregue a sus alumnos y a su comunidad la posibilidad de incorporarse a una vida activa, aprovechando en forma integral las posibilidades de su medio. (Guardia, 1988, p. 110)
Como colofón, Guardia expresa que la fuerza de los estudiantes y los profesores normalistas, y sus posibilidades de reconstruirse, ya habían quedado demostradas para el terremoto de Chillán:
Todos y cada uno de los Profesores pusieron, no su grano; pusieron su vida al servicio de la tarea noble de rehacer su Escuela, nuestra Escuela, y hacerle continuar su marcha hacia adelante, porque el terremoto fue un mero accidente y ello fue superado. Ahora nos corresponde a nosotros hacerla funcionar de nuevo. (Guardia, 1988, p. 73)
Referencias
Guardia, A. (1988). Memorias de un normalista. Alpha.
Guirado, M. (2010). Entre lo doméstico y lo escolar. Las prácticas cotidianas en el proceso de escolarización de una escuela albergue rural. En Actas. UNLP, FaHCE, Departamento de Sociología. https://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.5788/ev.5788.pdf
La Nación (11 de enero de 1956). La misión pedagógica en Bolivia. La Nación.
Zurita, F. (s/f). Las Escuelas Normales y la Dictadura Civil Militar en Chile (1973-1990): dos momentos. Manuscrito.
Documento N° 1
[1] Esta investigación se enmarca en el desarrollo del Proyecto FONDECYT Regular 1241397 “Escuelas normales en Chile: culturas escolares, experiencias pedagógicas y transferencias educacionales a la luz de nuevas fuentes (1927-1974)”.
* Vanessa Tessada Sepúlveda es doctora en Historia por la Universidad de Valladolid (España), magíster en Estudios Latinoamericanos y licenciada en Historia por la Universidad de Chile. Actualmente es profesora asociada en el Departamento de Historia y Geografía de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, Chile.