Entrevista a María Gabriela Huidobro Salazar: “Siempre las mujeres han participado y han aportado en la construcción de la sociedad, a lo largo del tiempo y en todos los procesos históricos”
Priscila Muena Zamorano*
Universidad de los Andes, Chile
priscilamuena@gmail.com
https://orcid.org/0000-0001-9688-4450
María Gabriela Huidobro Salazar, decana de la Facultad de Educación y Ciencias Sociales de la Universidad Andrés Bello desde 2015 —quien además es licenciada en Humanidades y profesora de Enseñanza Media mención en Historia por la Universidad Adolfo Ibáñez y doctora en Historia por la Pontificia Universidad Católica de Chile— publicó en junio de este año el libro Mujeres en la historia de Chile, que ya cuenta con su primera reimpresión. Huidobro recibió el Premio Miguel Cruchaga Tocornal en 2013, otorgado por la Academia Chilena de la Historia, y es investigadora de Fondecyt, donde ha desarrollado investigaciones en torno a los estudios de recepción clásica, la historia de la educación en Chile y la historia de las mujeres. En esta última línea de investigación se enmarca su reciente obra, en la que releva el rol de la mujer en la sociedad a lo largo de la historia.
¿Cómo y cuándo surgió la idea de trabajar en esta obra?
Desde mis tesis de pregrado y postgrado, mis temas han girado en torno a la historia cultural: en un principio, a la recepción clásica; luego, a la recepción clásica en las ideas educacionales. Sin embargo, al aproximarme a nuevas fuentes, me iba encontrando con personajes femeninos que yo no conocía y que no me habían acompañado en la experiencia del estudio formal de la historia, desde el colegio o en el pregrado.
En esos primeros procesos de investigación, me sorprendí de mi ignorancia en torno a estas mujeres y, al mismo tiempo, me sorprendí con las historias de esas mujeres, lo que me llevó a preguntarme por qué son tan poco conocidas. Inconscientemente, creo que fui formando una colección de estas historias.
Con el correr del tiempo, se me fue abriendo la oportunidad de compartir estos hallazgos mediante artículos, charlas y cursos, entre otras actividades; hasta que, por sugerencia de alumnos y colegas, me atreví a escribir un libro con estas materias. La intención fue siempre la de divulgación, más que la de realizar una investigación científica en estricto rigor y forma, que no estuviera pensada solamente para la comunidad académica, sino para sorprender a los que pueden no conocer a estas mujeres del pasado y a quienes les puede resultar interesante, más allá de que sean o no historiadores.
Desde tu mirada, ¿por qué estas historias no han sido contadas con anterioridad?
La pregunta me lleva a citar a Emma Southon. Ella dice que la gente tiende a vincular un hecho histórico con lo que se entiende popularmente como un hecho importante, y que esa importancia suele definirse por su connotación política, militar o diplomática, que son justamente los espacios históricos de acción masculina.
En general, siguen imperando esas mismas prioridades en los planes de estudios escolares. Si bien las últimas reformas curriculares se han abierto a materias que son más culturales y sociales, cuando incorporan a las mujeres, lo hacen como un colectivo general anónimo o, a veces, considerando a una, como un ejemplo anecdótico y no como parte troncal de una historia, ya que esta sigue siendo de índole política, diplomática o militar. Eso hace que queden al margen o, más bien, relegadas a un lugar secundario, pero que, en última instancia, es prescindible.
Cuando uno revisa los textos escolares, se puede observar que si se les quita el apartado sobre mujeres, aunque ahora esté mucho más intencionado, la historia se entiende igual, y no se entiende como una historia que, en realidad, para comprenderse de manera más completa, requiere de la consideración de la participación femenina.
Desde un punto de vista metodológico, y dado que la delimitación temporal del libro abarca casi 500 años, ¿cuáles fueron los mayores desafíos?
Sin lugar a duda, las fuentes, especialmente, en los periodos que son más distantes. Lo anterior, mirado en dos sentidos. Primero, por su ausencia. Encontrar el detalle mínimo sobre algunas mujeres es, a veces, todo un desafío, o que haya consenso sobre algunos datos. Por ejemplo, el caso de Eloísa Díaz, cuyo segundo apellido figura, a veces, como Insulza, y en otras, como Insunza; eso si es que logramos dar con un segundo apellido. También está el problema de las fechas de nacimiento, como es el caso de Matilde Throup: hay registros que contemplan hasta cinco años de diferencia.
Especialmente en el siglo XIX, se registraba la fecha en que la familia inscribió a su hija en el registro parroquial, y no su fecha de nacimiento. Entonces, te encuentras, por una parte, con ausencia de fuentes, o bien, fuentes que tienen lagunas de información o datos contradictorios.
El segundo problema consiste en el hecho de que la mayoría de las fuentes, sobre todo las que están más distanciadas en términos temporales, te ofrecen información desde una perspectiva masculina, de los temas que son importantes para un hombre y, por lo tanto, la información está intermediada por una perspectiva masculina que trata de traducir para un lector masculino. Y así te pierdes esas otras dimensiones que pueden ser de interés para hombres y mujeres del siglo XXI.
¿Cuál fue el criterio de selección para abordar a estas mujeres y no a otras?
Evidentemente, faltan muchas. A pesar de ello, el libro contempla más de 100 mujeres. Su selección de relaciona con los dos objetivos del proyecto. Por una parte, quise revisitar el recuerdo que hay sobre las mujeres más conocidas en nuestra memoria popular. Y el segundo objetivo era mostrar que estas mujeres no eran tan excepcionales, que representan a muchas otras, poco o nada conocidas, que merecen también ser destacadas en ámbitos y periodos similares.
Me da la impresión de que, en el relato más tradicional de la historia, cuando se destaca a una mujer es porque se piensa que hizo algo extraordinario. El libro propone mostrar que estas mujeres son ejemplo de muchas otras que no conocemos, porque no quedó registro historiográfico de ellas, pero no significa que no hayan tenido presencia histórica.
Por eso, el primer capítulo parte distinguiendo aquello que se entiende por Historia, en término de los hechos del pasado, esa historia con mayúscula, de la historia con minúscula, que es el registro escrito sobre aquellos hechos del pasado, el ejercicio historiográfico. Este segundo objetivo tenía que ver con tratar de ampliar la mirada y encontrar a mujeres poco conocidas, para ir tejiendo un poco más respecto de sus biografías.
La labor es infinita. En algún momento, cuando ya iba cerrando el libro, me seguía encontrando con más mujeres y, en la actualidad, me sigo encontrando con otras. En el fondo, el propósito último es mostrar que siempre las mujeres han participado y han aportado en la construcción de la sociedad a lo largo del tiempo en todos los procesos históricos, y que la historia de las mujeres no nace a partir de su irrupción formal en el espacio público, a partir del siglo XX, lo que me parece que es un mito muy popular. La idea es mostrar que ellas siempre han estado ahí y de forma activa.
Uno de los ámbitos que abordas es el de las mujeres educadoras. Desde esa perspectiva, ¿qué hitos relevantes destacas en torno a la educación femenina en el cambio del siglo XIX al XX?
A partir de la segunda mitad del siglo XIX, se da un cambio que es muy evidente: se fundan los primeros liceos femeninos, que van a preparar a las mujeres para dar, finalmente, sustento a la solicitud que conduce al decreto de Amunátegui. No se puede desconocer el gran hito que es el decreto de Amunátegui, pero este se entiende solamente circunscrito en un contexto más amplio: el del impulso a esta vocación científico-humanista para las mujeres a nivel secundario.
Se acompaña, además, del surgimiento de una voz pública femenina, encarnada por mujeres como Rosario Orrego y Lucrecia Undurraga, entre otras, que argumenta respecto a las capacidades intelectuales de las mujeres. Sin embargo, yo creo que todos los hitos de la educación femenina han quedado circunscritos solo a ese ámbito, el universitario, y hay que ampliar la mirada más allá de la elite.
Me parece tan relevante como lo anterior la creación, en la década de 1880, de las Escuelas de Artes y Oficios para mujeres. Ese hito está un poco más invisibilizado, pero permitió un ingreso más formal y reconocido de las mujeres en la industria, la habilitación de ellas y el reconocimiento de sus capacidades para constituirse formalmente en un sostén económico de su mundo doméstico.
Cuando se revisan las fuentes de principios del siglo XX, se observa que comienza a surgir, desarrollarse y fortalecerse una conciencia obrera femenina, que va a ser muy importante para reconocer a estas mujeres del mundo popular más allá de la labor doméstico-familiar. Siempre las mujeres han sido trabajadoras, pero creo que la fundación de estas escuelas les permitió sentir que tenían una plataforma a partir de la cual validarse ante la sociedad, y exigir también ciertos derechos que no son solo educativos, sino también sociales, familiares, civiles, entre otros.
Desde tu mirada, ¿en qué medida la educación femenina se plantea como un campo de disputa para la autonomía de la mujer?
Yo creo que la educación fue el gran campo de batalla para disputar y conseguir esa autonomía. La educación se asocia a un concepto de mayor libertad: mientras yo más me eduque, seré más dueña de mí misma; por lo tanto, tengo posibilidades de desarrollarme en aquellos ámbitos que yo escoja y crear mis propios caminos. Pero eso llevó a que se produjera, al principio, una confusión o malentendido desde la perspectiva de sociedad en términos generales, y de muchas mujeres también, que vieron en esas ansias de libertad una emancipación mal entendida. Es lo que le pasó a Martina Barros cuando tradujo la obra The subjection of Women de John Stuart Mill. Esto se malentendió como un llamado a las mujeres a liberarse de todo aquello que se podría considerar ataduras en esa época y que, a la larga, eran sus roles de madres, de esposas, sus roles domésticos.
Yo creo que ahí, las mujeres tuvieron un gran desafío para explicar y argumentar que no estaban desconociendo un mundo, sino que querían abrirse puertas a otros, sin renegar de las primeras. Lo que realmente estaban buscando las mujeres de la época era una ampliación de sus espacios, y no necesariamente desconocer los que formaban parte de su tradición.
La educación, en ese sentido, es el gran campo de batalla para ganar esos espacios en todos los ámbitos y, por eso, es tan importante. Por ello, casi toda la segunda mitad del libro se ocupa del ámbito de la educación: de las mujeres educadoras o de las mujeres educadas en distintos niveles. A la larga, su trayectoria y su modo de entenderse en sociedad pasa por el modo de entender y validar cómo debían ser educadas y qué roles jugaban desde ese ámbito.
En la obra se propone repasar la historia de Chile a través de historias femeninas, rescatando la vida y obra de ellas sin vincularlas, necesariamente, a una imagen masculina.
Esta obra no es una historia de las mujeres, sino que es una historia de Chile a través de sus mujeres. Tendemos a pensar que aquellos asuntos que son relativos a las mujeres solo les competen a ellas, y se genera una falsa idea de que la historia de las mujeres avanza de manera paralela, muchas veces accidental y, por lo tanto, prescindible respecto de la historia de Chile.
La intención que está detrás es la de plantear que la historia de las mujeres no corre de manera paralela, sino que forma parte troncal de la historia. La idea es volver sobre esa historia que tradicionalmente hemos aprendido, pero plantearla desde la perspectiva de los protagonismos femeninos y, por ende, no marginar a los hombres. Ellos están ahí, no podemos prescindir de ellos, pero en esta historia no son el centro de la atención.
La idea no es reescribir la historia, es tratar de completarla. Traté de partir de la base de aquello que sabemos respecto del rol de los hombres y su aporte y, desde ahí, tratar de completarlo —y no solo complementarlo— con el aporte femenino. Si hablamos de “complemento”, seguimos pensando que las mujeres están ahí en un rol auxiliar y, en realidad, estuvieron en un rol diferente, pero tan necesario como el de los hombres.
¿Qué desafíos se plantean a partir de la publicación de esta obra?, ¿qué nuevas preguntas surgen?
Hay que reconocer que este libro no parte de cero. Si tiene muchas fuentes es porque, con anterioridad, muchas personas han investigado antes que yo sobre estos temas. Pero faltaba esa labor de acercar a otros públicos, que no fueran necesariamente el académico, todo ese trabajo científico que precede al libro, a través de un lenguaje sencillo. Creo que una obra trabajada con rigor, en términos historiográficos, no tiene que ser presentada, necesariamente, en difícil. Nuestro desafío es, justamente, tratar de que esta apreciación de la historia no se quede solo entre nosotros, sino que llegue a otros.
Uno no está escribiendo acerca de una materia que solo debería interesarle a uno, sino que ojalá llame la atención de muchos, sobre todo, como una especie de homenaje para esas mujeres. Lo que quise hacer es compartir esa sorpresa que experimenté cuando estaba investigando y me encontraba con estas mujeres; ojalá, también sorprender y cautivar a quien se acerque al libro.
En torno a los desafíos, una vez que terminé el libro, me encontré con nuevos nombres y antecedentes de mujeres que en el libro aparecen solo circunscritas a un párrafo, y creo que merecen el espacio. Por el momento, estoy trabajando monográficamente en algunas de ellas. Me parece que varias merecen mayor reconocimiento. La idea es entusiasmar a que, ojalá, también otros historiadores tomen la posta y amplíen esta obra. Por ahora, estoy trabajando en algunas que creo merecen mayor visibilidad.
Y creo que también nos falta abrirnos a entender la historia desde otras miradas, menos tradicionales, en ámbitos menos acostumbrados como, por ejemplo, el arte, el deporte, así como conectar esas materias del pasado con ámbitos que todavía son de preocupación en el presente, y que nos interpelan. Lograr que el pasado interpele a nuestro presente respecto a los desafíos que todavía están un poco pendientes. Es hacer el ejercicio al revés: no es mirar desde el presente al pasado, sino tratar de pensar nuestro presente desde el pasado.
Otro desafío muy importante es entender que la historia de estas mujeres no se puede entender descontextualizada de lo que pasaba a nivel global. No podemos no conectarlas con mujeres de otros países que también estaban pasando por procesos similares, y eso no es coincidencia. Al final, lo maravilloso de la experiencia del libro es que, en el fondo, te das cuenta de que todas estas mujeres estaban conectadas. Es fascinante cómo todas, de alguna manera, se relacionan, a veces de manera consciente y contemporánea, pero hay otras que, quizás, no tenían conciencia en el momento de su temporalidad y de su trascendencia histórica, que terminaron influyendo unas en otras. Esto también se da a nivel global y hemos trabajado poco esa dimensión. Hay una conexión transnacional que hay que trabajar mejor en una labor colectiva.
* Priscila Muena Zamorano es becaria ANID N° 21211099 del Programa de Doctorado en Historia de la Universidad de los Andes y docente de la Universidad Adolfo Ibáñez, ambas instituciones de Chile. Sus líneas de investigación giran en torno a la historia de la educación femenina, historia de mujeres intelectuales e historia de Valparaíso.